Si nos basamos en todo lo que se ha dicho y escrito sobre los planes del presidente electo Trump al frente de los Estados Unidos, ya sabemos que la globalización tiene los días contados. Pero, ¿puede ser realmente Donald Trump el responsable del fin del actual proceso de globalización?
Hagamos un breve resumen histórico del actual proceso de globalización. En 1945, y después de las devastadoras consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, las principales economías mundiales se unieron para evitar que se repitieran esos acontecimientos. Acordaron establecer un sistema monetario universal de convertibilidad de sus monedas al oro y se comprometieron a reducir las trabas al comercio internacional para favorecer el crecimiento global.
60 años después, los aranceles medios no superan el 4% (desde niveles cercanos al 40%) y la economía mundial ha ido creciendo por el encima del 3% anual. Durante el mismo periodo, el comercio internacional ha crecido muy por encima de esos niveles y la inversión directa extranjera supera el 20% del PIB en muchos países.
Este buen comportamiento de la economía mundial ha permitido sacar de la pobreza a millones de personas, principalmente de países en desarrollo. Por ello, los defensores de la globalización promulgan su continuidad e intensificación. Pero si analizamos los principales motores de esta globalización, podemos observar que su empuje ha ido perdiendo fuelle hasta llegar, en algunos casos, a agotarse.
El comercio mundial se redujo en más de 200 millones de dólares el año pasado. Y este año se volverá a reducir en otros 450 millones adicionales.
La reducción o eliminación de aranceles, principal motor del crecimiento global, ya tiene muy poco margen de mejora; el impacto de la utilización del contenedor y las nuevas tecnologías en el transporte de mercancías ya está descontado; el liderazgo de las instituciones globales como la Organización Mundial del Comercio ha desaparecido; y el acceso al capital extranjero no es hoy un problema a pesar de la mayor regulación causada por la Gran Recesión.
Pero el mayor síntoma de agotamiento lo vemos en la necesidad que las empresas tienen en trasladar sus procesos de producción a países con costes laborales menores. La innovación tecnológica requiere menos mano de obra en los procesos productivos. Y la reciente crisis ha reducido, de facto, los costes laborales en los países desarrollados. Este doble efecto, unido a la paulatina subida de los costes laborales en los países en desarrollo, está ralentizando el traslado de la producción a países externos.
El comercio mundial se redujo en más de 200 millones de dólares el año pasado. Y este año se volverá a reducir en otros 450 millones adicionales. Dos años consecutivos en recesión que se une al retroceso del flujo de la inversión directa extranjera.
Entonces, ¿debemos culpar a Donald Trump de “cargarse” un proceso que ya lleva varios años en cuestión? Definitivamente no.
Los acuerdos de comercio bilateral entre la Unión Europea y Canadá (CETA) o Estados Unidos (TTIP) o entre este último país y 10 países del Pacífico (TTP), aparecen como la única opción de dar un nuevo impulso a la globalización. Pero están llevando muchos años de negociaciones para que, difícilmente, sean finalmente aprobados o implantados. Y mucha culpa la tiene la propia Unión Europea y su incapacidad de poder tomar decisiones sin acudir a los estados nacionales o regionales. ¡Ni siquiera somos capaces de renovar los acuerdos en vigor con la India! Todo esto antes de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca que, por cierto, no será hasta el próximo 20 de enero de 2017.
En conclusión, no culpemos a Donald Trump del deterioro del proceso de globalización. Y no descartemos que sea su administración la que reactive este proceso adaptándolo a las exigencias sociales del siglo XXI.
12